jueves, 1 de mayo de 2014

el viaje


El viaje es un espacio de tiempo de silencio y de observar, de poner pensamientos en orden, y de estar.
Recuerdo la primera vez que sentí lo que era viajar en mi propia piel, en aquél viaje de seis meses de vagabundeo por todas partes sin dejar que nadie ni nada te parase o atase, sin más obligación que la de dejarte llevar, y parar cuando tenías hambre o cuando algo llamaba tu atención.
Aquella primera vez de montarme en el tren y dejar que las horas y el mundo entero pasasen por delante de la ventana, con mis ojos clavados en ella.
También recuerdo cuando era todavía más pequeña, y mi padre nos levantaba para irnos de vacaciones a las cuatro de la mañana. Esa sensación de levantarse de noche con el silencio, subirte en un coche durante un montón de horas con tu familia, el radiocasete puesto y tu durmiendo o cantando, y de pronto entra un olor horrible por la ventana, y es que hay un camión con un montón de cerdos dentro, o has pasado por un campo; y risas, y que si el pedo ha sido tuyo o del de más allá.
Esos eran otros viajes.
Hay muchas maneras de viajar.
Creo que debe haber unas seis maneras, por dividirlo de alguna forma práctica.

Primero: o viajas solo o acompañado.
Segundo: o viajas por trabajo o por placer.
Tercero: o viajas físicamente o mentalmente.

Cada viaje tiene su punto, y cada momento tiene su viaje.
Yo viajo todo el tiempo.
Seguramente todos viajamos todo el tiempo. Luego es una cuestión de equilibrio, como todo en esta vida: que solo viajas mentalmente pues te vuelves majara y no logras nada de físicamente concreto en tu vida, pues andas todo el tiempo jugando con las partículas de tu mente. Y como estas se vuelven repetitivas (pues no estás viajando físicamente, con lo cual no conoces estímulos reales nuevos, pues te quedas anclado en tu casita de pin y pon).
Si viajas solamente por trabajo tu vida es un sin sentido pues olvidas que es el verbo viajar, y solamente andas concentrado en tus papeles y en ese maldito ordenador. Además si viajas por trabajo tienes tu hotel concertado y las dietas pagadas, y te pierdes la bonita oportunidad de que alguien te invite a su casa y te abra su universo, culturalmente diferente al suyo; y que te descubra esa cantina que es solo para obreros, o te preparen en su casa una especialidad heredada de su abuela.
Si viajas siempre acompañado, te pierdes la aventura de escoger el final del libro que más te plazca sin tener que soportar antes una disputa de dos horas de perder el tiempo para ver qué es lo que quiere hacer el otro. Y si viajas siempre solo habrá lunas que en vez de pasarlas de risas o de borracheras las pasaras delante de un río con los peces y la humedad.
Así que hay que combinarlo todo un poco y cuanto más se viaje mejor. Hay que viajar solo cuando uno necesita silencio, y tiempo para sí, pero también cuando uno quiere aventuras y que nadie le agüe las fiestas. Hay que viajar acompañado cuando se quiere compartir algo con alguien; por placer cada vez que lo tenga y por trabajo cada vez que se pueda. Físicamente todos los días, aunque solo sea desde mi calle a la de al lado; y mentalmente todas las noches, y los días que son noche, que de esos también hay.
Hay que viajar y viajar….
Ese dejarse llevar por el viaje, y esa incertidumbre excitante del no saber. Esa seguridad de que todo va a ir bien y que adelante, no hay nada que temer.
Ver la vida como un viaje.
Es un viaje.
Todo el tiempo.
Un largo y lindo viaje.