jueves, 17 de junio de 2010

AMOR DE MADRE

Madres.

Madre.

Madre no hay más que una. Qué sensación tan loca debe ser la de ser madre. Qué cosa tan curiosa y maravillosa.

Mi madre, que me llama por teléfono un día cualquiera entre semana tratando de testar mi voz una vez más tras un par de intentos fallidos sin demasiado éxito en los que encontraba al otro lado del hilo a una voz gris con mal genio. La mía.

Madres…

Madres que entienden a sus hijos y tienen paciencia. Tienen toda la paciencia del mundo.

¿Algún día podré reunir delante mío tantos regalos como ella me ha dado y ofrecérselos a modo de gratitud?

Nunca. Son demasiados.

Son demasiados y demasiado grandes. Demasiado generosos.

La grande de mi madre. Esa mujer que admiro tanto (tanto… si ella supiera cuánto…), me llama desde Madrid en uno de sus viajes de negocios (esta vez por lo visto exitoso), y me doy cuenta una vez más de cuánto nos parecemos. De lo mucho que he aprendido de ella y de lo mucho que he seguido sus pasos pese a haberme empeñado en contrariarlos.

Y me llama para ver cómo estoy, porque estamos las dos solas en ciudades perdidas, las dos solas persiguiendo nuestros sueños, o luchando como mínimo por el resto de aquéllos. Y me dice que hoy le ha ido bien la cosa y que me ha comprado un monedero de color rojo (porque ella sabe que el mío está roto y que yo, en los dos meses en que no nos hemos visto y desde que ella apreció el detalle, evidentemente, no me he comprado otro).

Y ella me lo compra, aunque sabe que de pronto yo lo veré y no me gustará nada y le diré que no lo quiero. Pero ella me lo compra.

Y seguimos hablando comentando nuestras cosas. Y nos despedimos y me dice que no sé lo feliz que está de oírme tan feliz.

Porque ella me conoce. Y sabe que cada día no soy feliz.

Conoce mi voz y mi carácter; conoce mis evasivas y mi mal humor; conoce mi miedo y mi perdición.

Me conoce.

Desde el mismísimo día en que nací.

Desde mucho antes de nacer.

Mi madre. Qué increíble ser…

Y yo, desde el egoísmo del rol del hijo, que tan solo piensa en sí mismo, y en su vida, y en sus propias ocupaciones, me vuelvo a enternecer una vez más. Y vuelvo a sonreír por dentro y por fuera por saber que hay cosas tan bellas que siguen existiendo; y que me queda tanto por aprender; y que no tengo miedo en seguir aprendiendo de lo bueno por muchos golpes que me dé lo malo; y que me siento feliz de tener alguien cerca que me siga enseñando durante ese camino. Y que honro a esa figura de madre, igual que a la de mi padre, igual que a la de mi hermano y a la de todos aquellos que aman.

Amar… porque amar se ama con el corazón lleno y abundante, repleto de ganas de ofrecer sin acuso de recibo; y querer se quiere a cobro revertido y con el único deseo de la ampliación de los propios fondos.

Así que gracias madre una vez más, por recordarme lo que es amar, por trasmitírmelo una vez más de un modo tan humilde y sencillo, tan puro y verdadero, tan sincero.

Esa es la educación que no nos enseñan los libros, pese a ser, sin embargo, la más importante para el ser.

Esa es la educación que no encontramos cada día por las aceras, pese a necesitarla a cada paso que damos. La educación del amor y del amar.

Suerte que las madres siguen existiendo y siguen repartiendo amor a diestro y siniestro.

Suerte de ellas y de su naturaleza sabía que nos sigue enseñando.

Amor de madre…Amor que ama.

Amor.