viernes, 21 de noviembre de 2008

La lucha de los inocentes



















Cuando yo era pequeña me dijeron que podía soñar, me permitieron que alzara mis ojos al vacío y los proyectara en el horizonte de las ilusiones.
Así como yo, los niños que me rodeaban hicieron lo mismo.
(Para aquellos que no lo sepan, en la infancia es cuando el ser acumula de manera más rápida y profunda los conocimientos y las experiencias que le van a acompañar toda su vida.)
El caso es que los niños nos pusimos todos a soñar, a mirar al cielo de manera constante.
Tanta observación celestial nos hacia olvidarnos muchas veces de lo que delante de nuestras narices, aquí, a pie de la tierra, nos acontecía. Nuestros progenitores nos advertían, una y otra vez, con palabras que bajo nuestro punto de vista no pertenecían a nosotros, no iban con nuestro tiempo, con nuestra vida.
Y así crecimos como incomprendidos que solamente éramos capaces de entendernos gracias a ese mundo cubierto de velo que anhelábamos.
Esos niños no son tan mayores ahora, tienen la edad de merecer, como se suele decir. Pero en vez de tener algo, aquello que merecerían, se encuentran vagabundeando de diferentes modos.
Esos niños inocentes no saben ya dónde buscar. El mundo les dijo que todo funcionaba de otra manera. El mundo los enseñó a soñar. Y ahora se encuentran con que cada vez que sueñan se estrellan contra la pared. ¿Es justo tratar así a unos niños tan indefensos? ¿Cómo van ahora a sobrevivir?
Queridos niños, aquí una compatriota os quiere comunicar algo:
Todo aquello que nos mostraron en un principio era mentira.
En el mundo real no está permitido soñar. Después de conseguir un bonito sueño vendrá una bonita patada. Así es.
Y siento comunicarlo de golpe y sin previo aviso.
Para aquellos que se hayan puesto ya a llorar, ¡rápido! ¡Chupete en la boca!
¡Es un secreto!¡recordadlo!
Y bien despacito, acercaros y os diré qué vamos a hacer: tenemos que cambiar nuestra mentalidad. Cambiar nuestra manera de actuar y nuestra estrategia.
El mundo está revuelto, y poco a poco nos quiere hacer creer que todo aquello que nos enseñaron de jovencitos ya no existe más.
Está bien, quizás no exista en este momento, pero recordemos una cosa, el mundo algún día tendrá un cartelito de directores con nuestro nombre, y si nosotros hemos continuado creyendo en él como en un lugar el que se puede soñar, podremos hacer que ese mundo exista.
Sé que hablo a largo plazo, y todo niño está ahora pensando en su sueño roto. Pero, en vez de enfadarse con el mundo, hay que revelarse contra él.
Sean prácticos pequeñuelos.
Los sueños se hacen realidad pero después de mucho trabajo.
Ésa fue la parte de la lección que no escuchamos, porque cuando oíamos la palabra sueño entrábamos en un profundo ensimismamiento.
Los tiempos están jodidos.
Los niños lloran.
Pero los sueños no se ahogan.